jueves, 18 de diciembre de 2014

Capítulo 3 {Frío}

     Sentir. El hecho, es estar recordando permanentemente que soy incapaz de sentir. Quizás me ayudaste a cambiar eso, en mínimas cantidades, en saber lo que era preocuparse por un otro. Por eso te culpo, porque me hizo más difícil matarte de lo que me habría gustado.
Las personas como yo no están diseñadas para amar, para querer o para adorar o valorar más allá de la utilidad de un tercero y cuando su tiempo de vida acaba, tal y como con las cosas se desecha. En mi caso, sirve como una buena fuente de proteínas. 
Jamás pensé que tendría la necesidad de matarte. Pensé que me servirías por siempre y que hasta podría darte el regalo infinito, podría incluso permitirte ser parte de esta historia que por el momento final no tiene; pensé que podría ser entretenido compartirle a alguien mi don oscuro y ligar tu alma al infierno por lo que te habría quedado de vida, es decir, hasta el último aliento quitado a la fuerza.


     Es que así siempre caemos en el cliché. Todos mis compañeros han caído en la conversión de alguno de sus juguetes sólo porque se dejan llevar por algo que no existe: Nosotros, no sentimos más que frio. Cuando tu corazón no palpita, cuando tu sangre no fluye, cuando estás destinado a vivir por lo que la eternidad dura no te queda más que aferrarte de lo que tienes: de ti mismo. No te queda más opción que desechar todo aquello que te acompañó en tus días mortales, incluyendo ahí tu capacidad de sentir. Así lo hice yo, pero muchos se niegan a caer en la aceptación de que ya humanos no son, de que verán morir a todo quien amen. ¿De verdad existe esa disposición al sufrimiento eterno? Aunque claro, no está mal. Después de todo, el sufrimiento te hace sentir y recordar que estás vivo pero, de qué te sirve hacerlo si sabes que estás muerto? Cuando lo asumes desde el primer momento es más fácil, te saltas ese paso y te dignas sólo a sobrevivir, por tu cuenta y por nada más.



     Y mi error fue creer que quizás no soy diferente al resto y que también aún muerto soy capaz de sentir, cosa que me dediqué a negar durante siglos. Eras diferente, tenías una obsesión atractiva por la muerte y para quien viola el deseo de ésta, por quien le arrebata la posibilidad de enriquecerse más, es una oferta tentadora. Jamás quise acercarme pero tú lo hiciste, tu primer y último error quizás. En restrospectiva, jamás quise matarte, eso está claro. La situación se dio de tal manera que ya no podría sostenerse más, pero tuve compasión contigo y no bebí tu vida; sólo te la arrebaté de la manera más violenta que la situación hubiera permitido. 



 
    En mi juventud, los de mi tipo me llamaban artesano. Porque según ellos, era un artesano en lo que a la muerte concernía. Matar siempre ha saciado mi sed de emoción, por eso también creo que jamás necesité refugiarme en el amor con el resto para aceptar mi situación de inmortalidad. Pecados y culpa hay de sobra en este simple cuerpo, oscuridad predomina en mi mirada y sed de sangre domina mi entraña, claro que nada de eso se compara con la sed de muerte presente en mi mente. Siempre ahí, siempre presente, siempre exigiéndome una víctima y siempre proponiéndome nuevas maneras de agudizar o de reducir el dolor, dependiendo del carácter de la ésta misma para seleccionar cuidadosamente la manera indicada. El resto, es sólo dejarla ahí: son sólo minutos para que lleguen antes de que la sangre se enfríe. El espectáculo es ciertamente entretenido.

      Gracias a este incidente pude notar que efectivamente aún siento, viéndome preso en esos estados mortales en los que te ves atrapado por las paredes afiladas de la culpa y el remordimiento, en donde tus sentimientos se hacen presentes en forma de dolor para marcarte eternamente tu error, el cual jamás podrás enmendar.  Complicada situación, pero fácil de olvidar.
Quizás debería enterrarte antes de recordar más.

Capítulo 2 {Frío}



     Lo peor de todo no es sólo mantener el recuerdo de cómo te desvanecías con mis manos en tu cuello. Creo que lo peor, fue haber sentido la frustración de acabar con tu vida y haberte destruído a cuchillazos. Luego ya ni podía reconocer tu calmo y asustado rostro...
Las lágrimas de impotencia se mezclaban con la sangre y la desesperación comenzaba a inundar la habitación; ya no había nada lo que podía hacer, ya te habías ido de mi lado, ya me habías abandonado, ¿Qué se puede batallar en contra de eso?

¡No puedo creer que te hayas ido! 

No puedo creer que me hayas abandonado y que lo único que me queda de ti es la sangre que ya fría comienza a secarse. 

Las calles están frías, la lluvia azota con fuerza y violencia las grises calles que brillan ante los faros y la humedad, notándose el caer del agua. Mi cuerpo camina húmedo como un alma en pena, goteando a la par de la lluvia, sintiendo mis ojos humedecer aunque no tenga total ni completa certeza si es el agua o es aquel líquido salino que puede aflorar desde mis orbes inundadas de dolor...

¿Y qué se hará ahora? Siento culpa, pero no arrepentimiento, porque sé que el culpable no es mi persona.

martes, 21 de mayo de 2013

Frío

Capítulo I: Introducción

"Tu alma, sobre la tumba de piedra gris
a solas yacerá con sombríos pensamientos;
Nadie, en toda esa intimidad, penetrará
en la delgada hora de tu Secreto" - Edgar Allan Poe.

    Las frías noches de otoño hacen relucir el brillo de las anaranjadas hojas en el piso, humedecidas por la lluvia vespertina. La brisa golpea mis pómulos sin piedad alguna, sintiéndose como finos cortes atravesar la piel dejando una sensación humeda que de a poco se tempera.
La culpa en cada uno de mis dedos se congela; el mismo frío evita que caiga paso a paso, el mismo frío apega a mí aquello de lo que tanto deseo huír.


Sé que hay manchas en mi ser, no tan solo internas, sino que también externas. Sé que hay algunas rojizas, sé que hay algunas que ya se van acercando a un tono marrón o sepia, sé que todo el mundo sabe lo que hice aunque probablemente nadie más que yo mismo y la brisa que hace casi detestable pero a la vez agradable mi camino lo hagan.
Y la brisa al parecer, no es lo único que mi camino traerá, puesto que gracias a la luz de los faros comienzo a notar las pequeñas agujas de agua que comienzan a caer sobre las calles y por motivos casi lógicos, sobre mí. Mi deseoso ser, no ansía más que ser despojado de toda culpa, toda ira y toda mancha. No ansía nada más que dicha lluvia logre limpiar, quitar, lograr que se arrastre fuera de mí todo lo recientemente hecho.

De pie, quieto, pienso en lo hecho: quizás no tan fuerte crimen, de hecho, más cordura de traición.
El problema es que a mi contra es el más fuerte argumento, que fue mi error el haber caído tan bajo, el haber dejado que mis instintos dominaran por sobre mis pensamientos.

Aún recuerdo como tus ojos se inyectaban de sangre al perder vida, como tu rostro enrojecido se apagaba y como la falta de oxígeno comenzaba a alumbrar...